MENSAJE DE CLAUSURA
Mensaje de Clausura - Cardenal Norberto Ribera Carrera,
Arzobispo Primado de MéxicoViernes,
Enero 17, 2009 - EMF 2009
Eminentísimo Señor Legado pontificio, Cardenal Tarcisio Bertone, Secretario de Estado de S Santidad Benedicto XVI.(Señora Licenciada Margarita Zavala, Primera Dama de los Estados Unidos Mexicanos.)Eminentísimo Señor Cardenal, Ennio Antonelli, Presidente del Consejo pontificio para la Familia.
Hemos contemplado a la familia surgir como una esperanza maravillosa, como un sol que sale por horizonte, cuando muchas veces solo veíamos nubarrones. Siempre tenderemos a encontrar los problemas, las dificultades y las pruebas.
Arzobispo Primado de MéxicoViernes,
Enero 17, 2009 - EMF 2009
Eminentísimo Señor Legado pontificio, Cardenal Tarcisio Bertone, Secretario de Estado de S Santidad Benedicto XVI.(Señora Licenciada Margarita Zavala, Primera Dama de los Estados Unidos Mexicanos.)Eminentísimo Señor Cardenal, Ennio Antonelli, Presidente del Consejo pontificio para la Familia.
Estimados Señores Cardenales, Arzobispos y Obispos , Secerdotes, Religiosos, Religiosas y Laicos de Cristo Jesús.
A lo largo de estos días hemos escuchado como la familia puede volver a tejer la esperanza de nuestro mundo, por medio de la propuesta de una comunidad de vida y de amor, que brilla en medio de la oscuridad y vuelve a proponer el amor frente al egoísmo, la generosidad frente a los corazones cerrados, la solidaridad ante el individualismo.
El camino no es fácil pero es tan grande el recurso que es la familia que incluso, en los ambientes más adversos, puede volver a resurgir, solo hace falta que construyamos a su alrededor los ambientes necesarios, y ella sola, con la fuerza del amanecer de la creación, volverá a reconstruirse, porque como nos dice el relato del Génesis, en el hombre está el soplo del Creador, que de un poco de polvo formó un hombre y una mujer de igual dignidad, y para manifestar la maravilla que ellos eran, les dijo que sus hijos serían para ellos una bendición, y que los bienes de la tierra estarían a su disposición, para que todos en una armonía entre el ser humano y la creación, fueran una alabanza del Señor del Universo.
Hemos contemplado a la familia surgir como una esperanza maravillosa, como un sol que sale por horizonte, cuando muchas veces solo veíamos nubarrones. Siempre tenderemos a encontrar los problemas, las dificultades y las pruebas.
Y una y otra vez, la familia volverá a decirnos que la esperanza y el bien son más fuertes que todos los problemas, que la unidad que da la familia es capaz de vencer a todos los problemas del mundo, a todos los dolores del mundo, a todos los miedos del mundo.
Ha quedado muy claro que no estamos contra nadie sino solo en favor del derecho que tenemos de proponer el Evangelio de la familia y de la vida.
A nosotros nos toca volver a proponer el modelo familiar que sabemos que es el más completo, el más armonioso, el modelo que forma la comunidad de vida y amor que es el matrimonio y que se prolonga en los hijos como frutos naturales del primero de todos los valores.
Sabemos que este modelo no siempre está presente en todas las comunidades humanas, también sabemos que este modelo se nos presenta muchas veces roto en la sociedad, por la fragilidad humana, pero no podemos dejar de aspirar a seguir construyendo este modelo que realiza maravillosamente la vocación humana y divina del ser humano.
Quiero en primer lugar dar gracias a Dios nuestro Padre que nos ha concedido vivir estos días de intensa fraternidad, solidaridad y comunión eclesial, permitiéndonos un fructuoso intercambio de ideas y de experiencias, que renuevan nuestra alegría de ser familia, la familia de los hijos de Dios.
Queridas familias, cada una de Uds. son un don precioso para la iglesia porque en cada una de Uds. la iglesia nace con la venida al mundo de cada uno de sus hijos, con cada una de Uds. la Iglesia crece por los valores humanos y cristianos que le dan a sus hijos, por cada una de Uds. la Iglesia se hace más bella por la santidad que transmiten en los matrimonios y en las vocaciones al sacerdocio y la vida religiosa que se desprenden de Uds. en nuevos hogares y en comunidades donde el evangelio se vive de modo radical por los consejos evangélicos.
Cada una de Uds. son un don precioso. Nunca dejen de ser este don. Si hay problemas, si hay errores, si hay pecados, busquen la reconciliación y regresen al camino del don de amor que son cada una de Uds.
Familias nunca dejen de ser un don para la sociedad y nunca dejen de ser un don para las otras familias. Denles a las demás familias el testimonio de lo mejor de Uds.
El testimonio de sus valores de amor, de sus valores humanos, de sus valores espirituales y de sus valores cristianos.
Familias, nunca dejen de ser un don para los demás, incluso cuando se encuentren heridas por el pecado, o cuando los errores aparezcan en la vida.
Porque a veces el mejor de los dones es mostrar que, en todas las caídas de la vida, se puede tener la esperanza de volverse a levantar.
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