ÉTICA PARA LA NUEVA ERA
Los invitamos a compartir este nuevo espacio con temas de interés general.
Estaremos publicándolos a través de este blog y recibiendo sus sugerencias.
Agradecemos la colaboración del P. Jaime Rangel, c.p.
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ÉTICA PARA LA NUEVA ERA
Ninguna sociedad tanto en el pasado como en el presente, vive sin una ética. Como seres sociales, necesitamos elaborar ciertos consensos, cohibir ciertas acciones y crear proyectos colectivos que dan sentido y rumbo a la historia.
Hoy, debido a la globalización, se constata el encuentro de muchos proyectos éticos, no todos compatibles entre sí.
De cara a la nueva era de la humanidad, ahora mundializada, se siente la urgencia de una base ética mínima que pueda conseguir la aceptación de todos y hacer así viable la convivencia entre los pueblos.
Veamos sucintamente cómo se han formulado las éticas en la historia.
Una fuente permanente de ética son las religiones. Éstas animan valores, dictan comportamientos y dan significado a la vida de gran parte de la humanidad, que, a pesar del proceso de secularización, se rige por una cosmovisión religiosa. Como las religiones son muchas y diferentes, las normas éticas también varían. Difícilmente se podría fundar un consenso ético basado solamente en el factor religioso.
¿Qué religión tomar como referencia? La ética fundada en la religión tiene, sin embargo, un valor inestimable por referirla a un último fundamento que es el Absoluto.
La segunda fuente es la razón. Fue mérito de los filósofos griegos el construir una arquitectura ética fundada en algo universal, precisamente la razón, presente en todos los seres humanos. A las normas que rigen la vida personal las llamaron ética y a las que presiden la vida social las llamaron política. Por eso, para ellos, la política es siempre ética. No existe, como entre nosotros, política sin ética.
Esta ética racional es irrenunciable, pero no cubre toda la vida humana, pues existen otras dimensiones que están más acá de la razón, como la vida afectiva, o más allá, como la estética y la experiencia espiritual.
La tercera fuente es el deseo. Somos, por esencia, seres de deseo. El deseo posee una estructura infinita. No conoce límites y es indefinido por ser naturalmente difuso. Cabe al ser humano darle forma. En la manera de realizar, limitar y dirigir el deseo, surgen normas y valores. La ética del deseo casa perfectamente con la cultura moderna que surgió del deseo de conquistar el mundo. Adquirió una forma particular en el capitalismo con su afán de realizar todos los deseos. Y lo hace excitando de forma exacerbada todos los deseos.
La realización de deseos se relaciona con la felicidad, pero actualmente, sin freno ni control, puede poner en peligro la especie y destruir el planeta. Necesitamos incorporarla en algo más fundamental.
La cuarta fuente es el cuidado, fundado en la razón sensible y en su expresión racional, la responsabilidad. El cuidado está ligado esencialmente a la vida, pues ésta, sin cuidado, no se mantiene. De ahí que haya una tradición filosófica que viene de la antigüedad, de la fábula-mito 220 de Higinio, que define al ser humano como un ser esencialmente de cuidado. La ética del cuidado protege, potencia, preserva, cura y previene. Por su naturaleza no es agresiva y cuando interviene en la realidad lo hace tomando en consideración las consecuencias benéficas o maléficas de la intervención. Es decir, se responsabiliza de todas las acciones humanas. Cuidado y responsabilidad andan siempre juntos.
Esta ética es imperativa hoy. El planeta, la naturaleza, la humanidad, los pueblos, el mundo de la vida (Lebenswelt) están reclamando cuidado y responsabilidad. Si no trasformamos estas actitudes en valores normativos difícilmente evitaremos catástrofes en todos los niveles. Los problemas del calentamiento global y el conjunto de las distintas crisis sólo serán resueltos en el espíritu de una ética del cuidado y la responsabilidad colectiva. La ética de la nueva era.
La ética del cuidado no invalida las demás éticas, sino que las obliga a servir a la causa principal que es salvaguardar la vida y preservar la Casa Común para que siga siendo habitable.
P. Jaime Rangel, c.p.
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