SER HUMANO: POÉTICO Y PROSAICO
La poesía supone la creación que hace que la persona se sienta tomada por una fuerza mayor que le trae conexiones inusitadas, iluminaciones nuevas, rumbos nuevos. Bajo la fuerza de la creación la persona canta, sale de la rutina y asume caminos diferentes. Surge entonces el chamán que se esconde en cada persona, esa disposición que nos hace sintonizar con las energías del universo, que capta el pulsar del corazón del otro, de la naturaleza y de Dios mismo. Por esta capacidad se descubren nuevos sentidos de lo real.
Habitamos poéticamente el mundo cuando sentimos en la piel el frescor suave de la mañana, cuando padecemos bajo la canícula del sol de mediodía, cuando nos serenamos al atardecer, cuando nos invade el misterio de la oscuridad de la noche. Nos estremecemos, vibramos, nos llenamos de ternura y nos extasiamos ante la Tierra en su inagotable vitalidad, y al encontrarnos con la persona amada. Entonces vivimos el modo de ser poético.
Lamentablemente son ciegos y sordos y víctimas de la lobotomía del paradigma positivista moderno quienes ven la Tierra simplemente como un laboratorio de elementos físico-químicos, como un conglomerado inconexo de cosas yuxtapuestas. No, ella está viva, es nuestra Madre.
También habitamos la Tierra prosaicamente. La prosa recoge la cotidianidad y el día a día gris, hecho de tensiones familiares y sociales, como los horarios y los deberes profesionales, con discretas alegrías y tristezas disimuladas. Pero lo prosaico también esconde valores inestimables. Se descubren tras una larga estancia en un hospital, o cuando regresamos presurosos después de pasar penosos meses fuera de casa. Nada más suave que el sereno transcurrir de los horarios y de los quehaceres domésticos y profesionales. Nos da la sensación de una navegación tranquila por el mar de la vida.
Poesía y prosa conviven y se alternan de tiempo en tiempo. Tenemos que velar por lo poético y lo prosaico de nuestras vidas, pues ambos se complementan y ambos están amenazados de banalización.
La cultura de masas ha desnaturalizado lo poético. El ocio, que sería el momento de ruptura de lo prosaico, ha sido aprisionado por la cultura del entretenimiento que incita al exceso, al consumo de alcohol, de drogas y de sexo. Es una vivencia poética, pero domesticada, sin éxtasis; un disfrute sin encantamiento.
Lo prosaico ha sido trasformado en simple lucha darviniana por la supervivencia, extenuando a las personas con trabajos monótonos, sin esperanza de gozar del merecido ocio. Y cuando éste llega, resultan rehenes de quienes han pensado todo por ellas, organizan sus viajes y les fabrican experiencias inolvidables. Y lo consiguen. Pero como todo es artificialmente inducido, el efecto final es un doloroso vacío existencial. Y entonces les dan antidepresivos.
Saber vivir con levedad lo prosaico y con entusiasmo lo poético es indicativo de una vida plenamente humana.
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