SAN PABLO DE LA CRUZ - FUNDADOR DE LA CONGREGACIÓN PASIONISTA - 19 DE OCTUBRE

EL CARISMA PASIONISTA Y LOS LAICOS


Pablo de la Cruz, siendo laico, predicó misiones y ejercicios espirituales, incluso a monjas y a diáconos que se preparaban a la ordenación sacerdotal; dirigió a algún sacerdote; fue llamado por el obispo de Gaeta a predicar en la misma catedral, pero no pensaba en efecto hacerse ordenar sacerdote ni lo deseaba, ni imaginaba su Congregación como una congregación clerical. Y Juan Bautista, aún menos. Fueron convencidos por Monseñor Cavalieri y prácticamente obligados por el Cardenal Corradini mientras servían en el Hospital San Galicano. Sería de gran importancia que, así como muchos institutos de nuestro tiempo han profundizado el valor del carisma congregacional, recuperando su autonomía de los ministerios clericales, también lo hiciéramos nosotros.


Toda la tradición mística cristiana, de la que Pablo se había saciado desde muy joven, no ubicaba la posibilidad de una unión íntima con Dios en el ejercicio de algún acto de culto, sino en la inmersión bautismal en la muerte de Jesús para volver a emerger a una vida nueva en su resurrección. Pablo expresaba este proyecto de consagración de la vida con la terminología de la muerte mística y del divino nacimiento. La Palabra de Dios, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, está claramente en esa misma línea. Esto no quería decir que Pablo no tuviera una gran estima por los sacerdotes y, concretamente, por la Liturgia, la que quería bien celebrada, y por los templos, a los que deseaba bellos y hasta ricos. Pero la tensión de su espíritu era otra. Cuando uno ha vivido, como Pablo, el carisma en la laicidad, vivirá de modo diferente su sacerdocio y lo vivirá en una dimensión profunda, que no le es dada ordinariamente al sacerdocio diocesano y, por tanto, el carisma pasionista enriquecerá realmente a la Iglesia local, ofreciéndole algo que dicho sacerdocio, en sí mismo y por sí mismo, no tiene. A este propósito, se puede meditar la distinción que Barth hace entre religión y fe, o, se podría decir, entre religión antropológica y fe como respuesta a una revelación y a una gracia; asimismo, el relieve que brinda Lévinas, según el cual la santidad –o bien, la separación, la pureza, el espíritu- exige una desacralización, es decir, no puede mezclarse con el carácter sagrado propio de la religiosidad natural




Esta posición mental explica la actitud tan positiva que Pablo muestra hacia todos los laicos de buena voluntad y la capacidad de reconocer las responsabilidades de los clérigos en los males que hay en el mundo, evitando aquello que el apóstol Pablo entendía por desvirtuar la cruz de Cristo, aspecto muy favorecido en los tiempos modernos a causa del clericalismo.




2. La actitud del Fundador y de los pasionistas hacia los laicos


Pablo tuvo con muchas personas laicas una relación de amistad, de confianza, de pedagogía, nunca de instrumentalización ni de marginación. Su manera de hablar, como resulta de sus cartas, era fraternal en la fe y en el amor de Dios; cálido, atento al camino vital de cada uno, dispuesto a servir toda perspectiva de vida que se presentaba. Por otra parte, no obstante su profundo aprecio al ministerio eclesiástico y su amistad con muchos clérigos, papas, cardenales, obispos o simples sacerdotes, no pedía concesiones de orden clerical en las que el privilegio no estuviera acompañado por el sentido de una gran responsabilidad por la Iglesia y la humanidad. Tenía una percepción precisa de lo que estaba sucediendo en su tiempo y de las consecuencias que vendrían en breve, ante todo por aquella situación eclesial. “Solía decir -recordaba el Hermano Bartolomé- que todo el mal viene de los clérigos; reformados ellos, quedará reformado el mundo entero” (PBC IV, 299). Esta visión equilibrada de la comunidad eclesial le permitía disfrutar de la ayuda de muchos laicos en el establecimiento de la Congregación y en el ministerio de evangelización: los así llamados síndicos, los bienhechores, los colaboradores en las misiones (sin excluir a los bandidos convertidos) y muchas mujeres.





Atendiendo a la apertura que San Pablo de la Cruz tenía hacia los laicos, se puede decir sin duda que él habría ciertamente animado estas nuevas formas, tanto por el impulso apostólico que caracterizó toda su espiritualidad, como por la libertad interior de toda forma de clericalismo o cerrazón en el privilegio adquirido, que lo caracterizó, así como, en fin, por las experiencias concretas que tuvo al compartir el carisma y la colaboración que él animó, a pesar de los límites de la sociedad de su tiempo.



Adolfo Lippi, c.p.

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