SAN PABLO DE LA CRUZ
Homilía del P. Luigi Vaninetti, c.p.
2a. Parte
S. Pablo de la Cruz, nuestro Padre y Fundador
2. ARGENTARIO (1721-1741)
Pablo de la Cruz ve por primera vez el promontorio del Argentario cuando navega hacia Roma para encontrar al Papa en 1721. Inmediatamente experimenta una atracción hacia él. Regresará allí lo más pronto posible y se quedará por algunos periodos acompañado de su hermano Juan Bautista y de manera definitiva después de haber preregrinado en otros lugares de Italia buscando el sitio adecuado para fundar su primera comunidad en 1727. Pablo vive en la ermita de S. Antonio y después, queriendo fundar aquí la nueva Congregación, construye el retiro de la Presentación mientras continúa buscando la aprobación de las Reglas de parte de la Iglesia. ¡Pero con mucho trabajo y sufrimiento! Se requerirán 20 años de verificación eclesial y comunitaria: esta verificación es siempre el tiempo más "crucificante" de la propia vida y de la propia vocación. Pablo vivirá pruebas que concebirá como provenientes de los acontecimientos, de los hombres y hasta de los demonios, pero todo con una profunda actitud de gratitud y de alabanza a Dios que realiza su obra a pesar de los obstáculos y de los tiempos.
Y la obra de Dios es la comunidad de hermanos. Aprender el sublime y difícil arte de la fraternidad, donde se pueda vivir la comunión, es un aspecto fundamental de nuestra vida y de nuestra misión: "La vocación pasionista es una llamada a la plenitud de la caridad en una comunidad evangélica de vida" (Const. 25) en la que "estimamos a los demás más que a nosotros mismos, ayudamos a los demás a desarrollar su personalidad y sus propias cualidades" (Const. 26).
¿Qué debemos hacer? llegar a un punto donde salgamos de las problemáticas y de las quejas de los aotros y de la realidad que no son como quisiéramos, problemáticas que desgastan y consumen energías humanas y espirituales y entrar decididamente en la electio crucis, es decir, en la opción por el amor: decido amar, no espero que la realidad cambie sino que la asumo con amor y compromiso; hoy quiero amar más que ayer; quiero purificar mi corazón de aquello que me impide un amor oblativo y que es un reflejo gratuito del amor salvífico del Crucificado.
Solo con esta decisión mística se puede entrar en la comunidad de manera positiva y constructiva liberándome de pretensiones y expectativas y encontrando la paz interior.
Otro elemento importante son los cambios culturales que interpelan nuestra vida en comunidad. Quizás hemos pasado de la repetitividad de una observancia a una búsqueda por construir relaciones de comunión: comunidad de vida y de apostolado. Todo esto exige un nuevo modo de ver las relaciones recíprocas yendo más allá de una ascesis que se empeña y se sacrifica.
La divergencia generacional, la fatiga educativa y el encuentro entre diversas culturas requieren la búsqueda de nuevos modelos que nos ayuden a vivir el Evangelio con alegría y nos permitan el poder transmitirlo al mundo actual. Pero precisamente en esto estamos experimentando una grande fragmentación una fatiga que puede llevarnos a la frustración y a la resignación con una actitud de dejar a que sean otros quienes lo hagan con la que nos sentimos más bien víctimas que responsables o una actitud de rigidez que puede manifestarse en la parálisis y hasta en las acusaciones y falsas pretensiones.
Palabras como responsabilidad personal, participación responsable, corresponsabilidad, interdependencia en las especializaciones y otras, se comvierten, hoy, en nuevos modos de relacionarse, de expresar la comunión y la consagración y de asumir la misión específica que tenemos a favor de los hombres.
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